Por: Laura Elizondo
Hablar del desarrollo de habilidades durante el primer y segundo tercios del siglo pasado era casi impensable. La educación se basaba en un paradigma diferente, que sostenía -hablando en metáfora-, que el ser humano ya venía en una especie de paquete que contenía lo que la persona era y podría ser; y, a lo más que se podía aspirar, era a aprovechar al máximo ese contenido.
Pero los tiempos cambian, los paradigmas se rompen y surgen otros nuevos, fruto de descubrimientos y de la necesidad de empatar con los requerimientos modernos; es entonces, cuando casi al final del siglo pasado, se visualiza la necesidad de empoderar al máximo al ser humano y, desde otra óptica, las nuevas propuestas educativas afirman que la persona puede desarrollar sus habilidades cognitivas y emocionales al máximo, siempre y cuando pague el precio en dedicación y esfuerzo.
Surgen entonces evaluaciones que permiten identificar la base de donde se parte para el plan de desarrollo, así como programas estructurados, sistematizados e intencionados que aporten los procedimientos para lograr que cada persona trabaje en sus habilidades.
¡Maravillosa propuesta! Hoy, cada uno de nosotros está ante el reto de tomar las riendas de su vida y emprender un camino que nos conduzca por la senda del desarrollo, nos brinde la oportunidad de ser mejores y más productivos, porque trabajamos en el desarrollo de nuestra mente para usar al máximo el pensamiento analítico, la toma de decisiones o la creatividad, además de ser mejores personas y tener relaciones sanas y productivas, porque se ha trabajado para ser más asertivos, empáticos o motivados.
Los maestros de hoy tienen ante sí un gran reto y una oportunidad maravillosa: trabajar en el desarrollo y enriquecimiento de sus propias habilidades y, al mismo tiempo, brindar a sus alumnos la experiencia del desarrollo cognitivo y emocional, que les permita avanzar en un mundo globalizado con la certeza de que “el poder se encuentra dentro de uno mismo”.