El autocontrol es la capacidad de hacer a un lado pensamientos, impulsos y emociones; en general, a quienes lo tienen, les va mejor en la escuela y en el trabajo. Roy Baumeister, psicólogo de la Universidad Estatal de Florida, señala que hay estudios que muestran que las personas con altos niveles de autocontrol tienen mejores relaciones, son más felices, tienen menos estrés, mejor salud física y mental y, viven más tiempo.
Uno de estos estudios es el célebre experimento del malvavisco, donde un adulto deja a un niño de 4 años, solo en un cuarto, con un malvavisco frente a él y la promesa de darle dos si no se lo come antes de que el adulto regrese. El autor, Walter Mischel, ahora profesor de psicología en la Universidad de Columbia, hizo junto con sus colegas un seguimiento a los sujetos de la prueba y encontraron que los que esperaron tuvieron mejores resultados en diversos campos, incluyendo calificaciones académicas más altas, una mejor habilidad para hacer frente al estrés y un menor índice de masa corporal.
Para Araceli Pastrana, psicóloga y coordinadora de evaluación en Uno Internacional, el autocontrol en los niños es importante porque es el momento de aprender algo que es necesario para toda la vida. Es mucho más fácil aprenderlo junto con el resto de las normas y valores, que intentar autorregularte ¡a los 40 años! Las personas que no se autorregulan sufren mucho, no conocen maneras adecuadas para conseguir lo que les interesa, no están acostumbrados a recibir un no y por lo tanto van por el mundo queriendo manipular a todos y exigiendo que se les complazca como lo hacían sus padres en casa, y el mundo no es así. La vida no es así. Somos seres sociales que debemos aprender a convivir, a encontrar personas con intereses comunes; a compartir la vida con quienes son diferentes a nosotros.
Un punto clave para postergar la gratificación consiste –según Mischel–, en hacer ésta más visible, más completa y consecuente, restando importancia a la recompensa inmediata e inhibiendo el impulso. Al respecto, Araceli Pastrana ofrece como ejemplos los adolescentes que tienen relaciones sexuales cuando lo deciden, no cuando tienen deseos o, las personas que terminan carreras universitarias aunque para ello deban realizar esfuerzos que implican postergar la diversión o el descanso.
Destaca Araceli que una importante labor de los padres de familia y de los adultos que están a cargo de los menores, es ayudarlos a conocerse y a modular su temperamento para que no los afecte ni a ellos mismos ni a quienes los rodean. Quien no se regula es impulsivo. La inteligencia emocional se encarga justamente de eso, de permear los impulsos por la corteza cerebral para que las personas tengan el control de sí mismos y que sus acciones sean acordes a sus intereses y valores, manteniendo la integridad de sí mismos y de los demás.
La primera estrategia para que los niños aprendan a autocontrolarse es que los propios padres sean hacerlo; es imposible enseñar lo que no se sabe. El autocontrol implica regular los pensamientos, las emociones y, como consecuencia, la conducta. Un buen ejemplo es el fomento de las normas sociales. Si los padres que enseñan normas como saludar, ceder el lugar a los ancianos, no gritar cuando quieren algo sino solicitarlo de manera respetuosa, están enseñándolos a regular sus impulsos a respetar a los otros, a considerar a los otros. Cuando llegan a una casa donde hay juguetes atractivos, el impulso sería correr a jugar con ellos, pero el niño educado se autorregula y le pregunta al dueño de los juguetes si los puede tomar.
Los maestros, dice Araceli, hacen esto muy bien. Ponen normas claras en el salón de clases desde el inicio y aún los niños más faltos de autocontrol, las cumplen, porque los maestros son muy claros con las consecuencias. Cada ciclo escolar los maestros se encuentran con niños menos autorregulados, con niños que han aprendido a controlar a sus padres y que pretenden seguir con esa práctica en el colegio, pero descubren que ahí las cosas son diferentes y lo aprenden.
Hay mamás que piden a los maestros que les digan a sus hijos que se porten bien, que tiendan su cama, porque a ellas no les hacen caso. En realidad es un problema de una mamá que no se autorregula, que hace lo que sus hijos quieren, y no puede enseñarles lo conveniente que es mantener la casa ordenada y los deja manifestar plenamente su deseo de no fatigarse en vez de hacerlos conscientes de los beneficios del orden para que luchen con la pereza.
Concluye Araceli que el autocontrol nace del hábito y de la toma de conciencia de lo que es más saludable, conveniente o correcto según el sistema de creencias y valores de cada persona. Implica el dominio de los impulsos que inicia con el control externo dado por los padres en el hogar mediante las normas y valores y se va trasladando poco a poco al individuo conforme la razón impera sobre los impulsos, es decir, conforme el niño desarrolla sus habilidades metacognitivas y su inteligencia emocional.
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