Para nadie es un secreto que si algo nos resulta atractivo es más probable que capte nuestra atención y que podamos recordarlo. Este es un proceso que podemos apreciar desde el jardín de niños, donde la novedad, la emoción, el juego, se convierten en elementos cotidianos de aprendizaje.
Francisco Mora, doctor en medicina y en neurociencia, sostiene que “sólo se puede aprender aquello que se ama”. La neurociencia cognitiva –dice Mora–, a través del estudio de la actividad de las diferentes áreas del cerebro y sus funciones, señala que solo puede ser verdaderamente aprendido aquello que te dice algo; aquello que llama la atención y genera emoción; aquello que es diferente y sobresale de la monotonía.
Aprender es un proceso que ya viene programado genéticamente en el cerebro. Es la base de la supervivencia del individuo y de la especie, como lo puede ser comer, beber o la propia sexualidad. En esencia, aprender y memorizar significa hacer asociaciones de eventos que producen cambios en las neuronas y sus contactos con otras neuronas en redes que se extienden a lo largo de muchas áreas del cerebro. El cerebro tiene unos cien mil millones de neuronas que se conectan entre sí mediante enlaces denominados “sinapsis”, que transmiten información de unas a otras.
El objetivo es conseguir una mejorar adaptación funcional al medio ambiente. El cerebro produce respuestas más complejas en cuanto los estímulos ambientales son más exigentes.
Un niño comienza a aprender desde que nace, si no es que antes. Y, aunque su cerebro alcanza la madurez hacia la adolescencia, se puede seguir aprendiendo toda la vida. Durante los primeros años, la capacidad del niño para establecer conexiones sinápticas es fantástica. Por eso puede aprender tantas cosas, y con tanta rapidez. Cada experiencia deja alguna huella en el cerebro.
Los padres tienen un papel fundamental durante del proceso de maduración del cerebro del niño, en el que continuamente se establecen nuevas conexiones neuronales. Los niños nacen preparados para comer, hablar o caminar, pero requieren de nuestro estímulo para generar las estructuras neuronales que les permitan desarrollar estas funciones. Los padres, con su lenguaje, su conducta y el respeto a ciertos valores y normas, moldean, cambian la estructura física y química del cerebro del niño de una forma casi definitiva y, por tanto, su futura conducta.
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Referencias:
Francisco Mora: “El cerebro sólo aprende si hay emoción»
La emoción como elemento esencial del aprendizaje
Qué es la plasticidad cerebral