Por Pedro Landaverde
En el mundo de la docencia, en todos los niveles, los maestros están expuestos a formar y corregir a los educandos, por lo que requieren de un alto nivel de capacitación en todos los ámbitos: en el académico, en el cultural y especialmente en el emocional.
Los tiempos han cambiado y quienes nos comprometemos a educar alumnos, distintos a los de hace 10 e incluso 5 años, hoy tenemos que formar niños y jóvenes más inquietos, más exigentes y más demandantes en toda la extensión de la palabra.
Por ello, un maestro tiene que conocer, entender y saber aplicar las teorías de la “Inteligencia y disciplina emocional”. Debe ser empático, evitar perder el control para no dejar una huella negativa –de miedo o inseguridad- en sus alumnos, respetar su independencia al cometer errores para que aprendan a corregir. Hay que fomentar su capacidad de adaptación para formar nuevos alumnos con grupos diferentes.
Además, el maestro debe de trabajar con el alumno el manejo de la frustración, como maestros debemos hacerles ver a los niños que en la vida muchos de sus bjetivos serán fáciles de alcanzar, pero otros no. Y tendrá que resolver ciertos problemas, de manera personal para salir adelante.
Lo académico, lo cultural y lo emocional, todo, basado siempre en el respeto, que me parece, es el valor por excelencia y sólo gracias a éste, nuestros alumnos sentirán confianza para poder expresar y manifestar sus aptitudes hacia los demás.
La disciplina emocional es la actitud que tiene el maestro hacia sus educandos cuando racional y prudente se manifiesta el trato con sus alumnos, al corregirlos y encauzarlos cuando es necesario, a base de tareas y peticiones sustentadas en justicia y comprensión. Por ejemplo, no tiene ningún caso, hoy en día, pedirle a un alumno que escriba mil veces una palabra que ha escrito mal ortográficamente esto es lo más lejano a una buena disciplina emocional, mejor sería pedirle trabajos significativos que lo ayuden a crecer y ser mejor persona todos los días.