Los padres, esas personas únicas, irrepetibles, necesarias, determinantes y constituyentes. Los maestros, esas personas únicas, irrepetibles, necesarias, determinantes y constituyentes. Mi maestro piensa que mi padre no me educa bien. Mi padre piensa que mi maestro no me educa bien. ¿Cuándo se pondrán de acuerdo? Aprendí a cabalgar entre dos fuegos. Aprendí a dirigir el fuego de uno contra otro. Aprendí a manipular mi decir. Aprendí a vivir sin ellos. Aprendí.
Es interesante ver como el mundo adulto no termina de ponerse de acuerdo en el modo de educar a las nuevas generaciones. Cada parte se encapsula y vierte sobre la otra la culpa de la situación. “Los alumnos son así porque los padres no los educan y en la escuela hay que enseñar cuestiones básicas de convivencia”, dijo la maestra en su reunión de capacitación. “Los niños no aprenden como antes porque los maestros no le enseñan bien y terminan sin saber nada”, se escuchó en la cena de camaradería de madres del colegio. Es la disputa del mundo adulto, donde cada parte culpabiliza a la otra para sentirse eximida de los resultados. En Romeo y Julieta, Shakespeare pone de manera trágica el final de dos jóvenes inmersos en una disputa irreconciliable del mundo adulto. Sea quien sea, Capuleto o Montesco, siempre el hilo se corta por lo más delgado y, en este caso, son nuestros hijos/alumnos.
Es urgente encontrar espacios comunes, pensar juntos, descubrirnos sin todas las respuestas, necesitados unos de otros. No hay buena educación que deje los padres por fuera, tampoco aquella que denigra o mira de soslayo a los docentes. Claro que hay límites en esta relación de adultos. Siempre los hay y habrá que encontrarlos juntos. Lo que se percibe actualmente es una «no relación», una guerra muda, una disputa sorda que no encuentra puntos comunes. Nada más incómodo para un docente que estar en una reunión de puros padres del colegio. Miramos a la maestra con una lupa que no usamos para mirarnos como papás. Nada más incómodo para un padre que ser citado por la escuela. Miramos a los padres como el enemigo potencial, al acecho, listo para atacar. En esta disputa, muchas veces no dicha, pero siempre actuada, sólo pierden los menores, que al no tener un mensaje claro de parte de los adultos, casi siempre toman el camino de fuga. Y en estos tiempos, quizás más visiblemente que nunca, ese camino letal está a la vuelta de la esquina.
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