Pablo Doberti. Organizamos muchos eventos para hacer demostraciones artísticas (canto, baile, etc.) o deportivas. Y en esos eventos el principal valor que transmitimos es el de la organización y muchas veces también en de la sincronización. Pero casi nunca aparecen el trabajo sobre la destreza, el talento o el disfrute. En general, en el escenario vemos rostros tensos o aburridos, mientras que debajo, en las gradas, inexorablemente reina la exaltación (y proliferan las fotos y los videos). Abajo está el goce y arriba, el sinsentido. ¿No debería ser al revés? O por lo menos, ¿no deberíamos dedicarnos a que arriba aparezca el goce de los protagonistas, su sonrisa y la sensación clara de que lo que se está haciendo tiene sentido para el que lo está haciendo? Pero no. No porque los niños perciben que estamos haciendo un montaje que los necesita, pero que los deja afuera. Y se aburren o se angustian, pero no gozan ni aprenden.
Los eventos suelen tener discursos. ¿No deberíamos exigir que esos discursos representaran los valores de liderazgo y de retórica que ponemos a funcionar en los procesos educativos con nuestros niños? Pues muchas veces no pasa. Nuestros discursos, tan preocupados por no decir lo que los padres no quieren escuchar, no llegan ni expresiva ni emocionalmente a casi nadie, pero lo que aún es peor, no llegan a sus verdaderos destinatarios, que son los niños. No siento que en los eventos les hablemos a ellos. Nos olvidamos de ellos, incluso; los ordenamos y los olvidamos. E incluso técnicamente, las más de las veces leemos los discursos, mantenemos la mirada baja, no conectamos con oyente, no damos énfasis ni generamos picos de conexión, no calibramos la atención del auditorio… en fin, no lo hacemos técnicamente bien. Modelamos mal. Nos olvidamos de que estamos modelando. Se nos invierten las prioridades.
Y si los eventos celebran hitos históricos patrios o fechas significativas para la escuela, pues no somos capaces de evidenciar en ellos el pensamiento crítico, la lectura crítica de la historia ni el valor de la no univocidad de los eventos sociales históricos (quiero decir, que es normal y bueno que no estemos todos de acuerdo en la interpretación histórica de lo que se está celebrando) que tanto pregonamos cuando estamos frente al salón de clases. Al contrario, el discurso y el mensaje de las habituales representaciones suele ser positivos hasta la médula, convergentes siempre, pretendidamente unánimes, es decir, anodinos y sin vida.
Y luego aparecen las producciones. Que son lindas, claro que sí. Pero que nos olvidamos de que valen mucho más en sus procesos de preparación que en su manifestación final. Que vale muchísimo más la emoción de la niña durante los días o semanas previos, que buscó o fabricó con mamá y con la maestra su traje de época, que el traje mismo que el día D llevará puesto; y que –en consecuencia- si la niña no participa de la preparación, su madre o la escuela lo compra y solo se pone el traje el día D, el proceso no tiene sentido alguno –por más hermoso y caro que sea el traje que lleva puesto. Que si el alumno no se involucra en el proceso de realización del traje, no hay entonces apropiación de la época y del hito histórico mismo, que es el único saldo didáctico eficaz que debería interesarnos. Que el traje era un pretexto para ese proceso pedagógico, quiero decir.
… Y podría traer más ejemplos, pero para no fatigarlos, creo que con estos alcanza para evidenciar lo que quiero decir.
Los actos escolares son importantes. Todos los involucrados le conferimos importancia. La escuela tiene una gran oportunidad en cada acto escolar.
Sin embargo, siento que la desaprovechamos. Y no tenemos tantas otras oportunidades. Solemos hacer de los actos escolares instancias que se estrellan contra el estereotipo y no logran zafarse de allí. A eso lo llamo “desaprovechar la oportunidad”.
Y recordemos que a los actos escolares vienen muchos padres. Que a los actos escolares se les suele dedicar mucho tiempo escolar de preparación (riquísimas horas cátedra). Que a los actos escolares los niños suelen venir energizados, estimulados y apoyados desde sus casas. Que a los actos escolares nunca falta nadie del staff directivo y docente de la escuela… ¿Qué duda cabe –entonces- de que son una gran oportunidad? Presencias, preparaciones y expectativas de todos confluyen como casi nunca confluyen en la vida escolar.
Sin embargo –insisto- dejamos pasar la oportunidad. O tal vez hacemos algo peor: vamos minando día a día la posibilidad misma de que los actos escolares sean la oportunidad de presentar el proyecto de la escuela. El estereotipo nos va devorando hasta la potencialidad misma de los actos.
Soy un convencido de que el cambio, además de su propio proceso interno, debe ir labrando símbolos y ritos que lo prefiguren, lo celebren y lo representen. Que más allá de los anuncios, las eventuales circulares, las juntas de padres y los discursos en general, es muy importante que el proceso de cambio escolar se vaya ventilando a la comunidad escolar mediante ritos y símbolos que aunque no se expliquen demasiado, porten la impronta de la transformación en marcha.
No me gustan los actos escolares porque siento que son la expresión organizada de la cara más anodina de la escuela. No me gustan porque siento que están hechos para agradar a los padres. No me gustan porque en ellos no respira el aire vital que respira cualquier día en cualquier aula de clases. Al contrario, reina una abúlica sacralidad que aplasta la vida escolar. Son aburridísimos, estoy queriendo decir.
Pero además de aburridos, están en la senda equivocada, creo. Y esa es mi principal preocupación. Reforzamos el mensaje inverso al que nos interesa dar de verdad; nos vamos cavando nuestra propia fosa.
No me gustaría que se nos fuera la mirada a la crítica que esta nota presenta; quisiera que tú, lector, te quedaras con el registro de la oportunidad. Yo sé que mi descripción es injusta con cada institución en lo particular y que hay escuelas magníficas en las antípodas de lo que estoy diciendo, pero también sé que es suficientemente representativa del colectivo. Ninguna escuela hace de sus eventos exactamente lo que describo, pero casi todas las escuelas hacen de sus eventos más o menos lo que describo.
Ojalá estas líneas contribuyan al desbloqueo de una instancia que considero estratégica en la escuela; su manifestación organizada más importante, su gran puente a la comunidad escolar completa. Si coinciden, a ver cómo avanzamos en la cuestión. Los actos –reitero- son una gran oportunidad.