Por Redacción UNOiNews/ Jovel Álvarez
Solo un maestro sabe lo que puede llegar a padecer cuando se trata de mantener el orden en el salón de clases, incluso se escucha a quienes añoran aquellos días en que los castigos físicos eran propios del menester educativo.
Sin embargo, maestro ¿te has detenido a preguntarte qué lograban los docentes de antaño hincando a los alumnos sobre granos de maíz como escarmiento por su mal comportamiento?
La respuesta – además de traumas – es simple: nada.
Sí, es importante hacer entender a los alumnos que toda acción trae consigo una consecuencia, pero hay límites de respeto que deben guardarse en todo momento, y cada medida que se vaya a tomar hacia un estudiante debe estar orientada hacia resolver el problema de raíz, y no a dar una solución momentánea y efímera al mal que irrumpe en los salones.
En primer lugar, la humillación de un estudiante por un mal comportamiento no conduce a nada bueno, sino al quebranto del autoestima del individuo, y esto puede dejar heridas difíciles de sanar en el futuro.
Cada vez que haya necesidad de corregir a un estudiante es necesario conversar posteriormente, en privado, con él o ella, y tratar de comprender lo que motiva su actitud. Si “hablando se entiende a la gente” ¿por qué no tratar a los estudiantes como “gente”? Como individuos capaces de responder mejor al diálogo que a la violencia.
Se debe buscar la raíz del problema y tratar de enderezar el tronco para que no crezca torcido, si no es ahora ¿cuándo será?
Una vez que se obtengan cambios positivos en las actitudes disruptivas de los estudiantes, es importante conversar de nuevo, felicitarle por el progreso y motivar que se continúe en esa dirección.
En caso de que las actitudes negativas continúen es importante hablar con los padres y madres de familia, y en caso necesario, referirlos a una atención especializada que pueda encontrar el verdadero origen del comportamiento (que quizás se encuentra en niveles más profundos de los que pueden ser alcanzados por un o una docente).
Y ahí padres de familia, debemos estar nosotros en todo momento para escuchar y corregir a nuestros hijos cuando sea necesario.