por Pablo Doberti
Lo único que realmente sé es lo que invento. Lo demás, repito y olvido, invariablemente.
No digo que lo invento en términos absolutos; que hago una contribución nueva para el mundo y esas cosas; simplemente, lo invento para mí. Llego por mis propios medios; le dejo mis marcas. Lo conquisto. A eso le llamamos “emprender”, a llegar a las cosas con espíritu de invención.
Vamos a ver este ejemplo. Festival de lectura en voz alta. ¿Cómo entrenarme para ese bonito juego colectivo? Sin dudas, empezando por tener claro que lo que mejor leeré será lo que yo mismo sea capaz de escribir, o por lo menos reescribir. Nada de oratorias ni de memorias; mi entrenamiento se llama apropiación, y tras ella viene la expresión; los énfasis, las pausas, los ritmos generales. Siento lo que digo y así progreso y me elevo. La técnica viene por añadidura, convocada por las necesidades propias de mi evolución, y no al revés.
La escuela debería –entonces– ser para mí una fuente de estímulos para inventarme el mundo y no como es, lo contrario, una presentación estándar y plana del mundo, en clave informativa. Yo necesito construirme lo que me constituye. Lo necesito yo, no necesariamente lo construido. El constructivismo es por mí, no por el conocimiento. El desarrollo del conocimiento es otra cosa y circula por otros carriles. No confundamos.
Sin apropiación no hay conocimiento. El proceso de revelación es inconmensurablemente más significativo que el de transmisión. No quiero enterarme de las cosas, quiero descubrirlas; procurármelas. De lo que me entero, así como me entero, me olvido; de lo que se me revela, ya no consigo olvidarme. No necesito ni de mi memoria para recordar. Lo que engancha conmigo se aloja en otra instancia cerebral.
Por eso me gustan tanto los ejercicios de reescribir y recrear.
El plano informativo huye de algunos registros que nosotros, acá, reivindicamos. La información y los informadores huyen de ellos por convicción y nosotros regresamos a ellos por convicción también; por eso es una discusión compleja y completamente ideológica.
El registro informativo educativo (sea libro escolar, profesor o cualquier otra instancia de la serie) huye de las narraciones. Detesta el olor a historias, incluso de la historia. Se atrinchera en las descripciones y las taxonomías, férreamente. Si no, siente que pierde seriedad y sobre todo, control, que es lo que le importa; control del efecto de sentido de su discurso. Las narrativas subjetivizan la enunciación y, sobre todo, la recepción, y por eso huyen de ella. Nada de apropiaciones polisémicas ni de interpretaciones ambiguas. El olimpo del sentido unívoco.
Para nosotros, por el contrario, la entrada de la maquinaria narrativa es una clave fundamental de la escuela nueva. Exactamente por las mismas razones, pero valorizadas a la inversa.
Lo mismo, procura huir de la índole misma del lenguaje; desea fervientemente que este se comporte como código biunívoco, para evitar desplazamientos distorsivos como metáforas, metonimias, polisemias, alusiones, evocaciones, reverberaciones, connotaciones, etc. El lenguaje –para ellos– es un medio y como tal, cuanto más fiel mejor, cuando más estable mejor, cuando menos espeso mejor. “Más claro que el agua”, pretenden.
Para nosotros, por el contrario, la entrada del lenguaje en toda su compleja dimensión es otra clave de la escuela nueva. Exactamente por las mismas razones, pero valorizadas a la inversa. Lo que para ellos vale la literalidad, para nosotros vale la literatura.
Procura huir de la pérdida de tiempo y por eso da las cosas ya inventadas y en paquetes informativos estables, para evitar procesos, distracciones, indagaciones, curiosidades y vanidades que no vienen al caso. Por eso la escuela adora las definiciones, las categorizaciones simples, las pruebas. El ejercicio sistemático, inalcanzable de hacernos saber que no estamos preparados. La confinación eficiente. La denigración ética constante disfrazada de objetivos nobles. La gran confusión soterrada. “No se trata de descubrir el hilo negro”; “para qué inventar de nuevo la cuchara” y otras expresiones del argot. La pedagogía eficiente empaqueta y manda, para su debida retención y fijación. Y centra todos sus esfuerzos en esos procesos: cómo empaquetar mejor, cómo mandar más eficientemente; cómo retener con menos distracción y cómo fijar con más claridad y por más tiempo.
Para nosotros, por el contrario, el tiempo sirve para dar sentido subjetivo al proceso de apropiación del conocimiento y esa es una clave más de la escuela nueva. Exactamente por las mismas razones, pero valorizadas a la inversa.
Una escuela atravesada por pequeños milagros diarios. Milagros para cada quién, que se inventa cada qué. Erupciones de cotufas, una a una, a cada tiempo, exclamación por exclamación. Eurekas tras eurekas. Construcción de personas mediante el conocimiento y no al revés.
Es más lento, lo sé, pero como no está claro adónde debemos llegar, mejor fortalecer el sentido del viaje. Es más concéntrico, lo sé también. Es redundante, sí, para la historia del conocimiento, pero no lo es para la historia de cada alumno. Porque el otro modelo es al revés, eficiente para el proceso curricular, pero irrelevante para los aprendices. (Irrelevante quiere decir también obligatorio, dicho sea de paso).
Todo como cuando escribo, que empiezo de cero como si empezara de cero. No importa si estoy citando a alguien de quien estoy olvidándome, discutiendo con otro, alineándome en alguna corriente o inscribiéndome en algún debate canonizado; simplemente voy, a mi manera. Yo sé que el lector agradece el foco y el tono. Y para mí, cada artículo es una nueva manera de decirme quién soy.
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